Neuroarquitectura influencia en las emociones y el comportamiento, una mirada de Tomás Elías González

Vivimos rodeados de arquitectura. Casas, oficinas, escuelas, hospitales y parques moldean nuestra experiencia cotidiana, muchas veces sin que lo notemos. Sin embargo, cada espacio en el que habitamos tiene un efecto profundo sobre nuestro estado de ánimo, nuestra concentración y nuestras relaciones. De esa premisa nace la neuroarquitectura, una disciplina que une la ciencia y el diseño para entender cómo los entornos construidos influyen en las emociones y el comportamiento humano.

En este artículo exploraremos la importancia de esta relación desde la perspectiva de Tomás Elías González Benítez, quien considera que el diseño consciente de los espacios puede convertirse en una herramienta poderosa para mejorar el bienestar, la creatividad y la salud mental.

Qué es la neuroarquitectura

La neuroarquitectura es la intersección entre la neurociencia, la psicología y la arquitectura. Busca comprender cómo el cerebro percibe y responde a los espacios, y cómo ciertos estímulos —como la luz, el color, la forma o el sonido— influyen en nuestras emociones y decisiones.

La neuroarquitectura demuestra que el entorno físico influye

Tomás Elías González Benítez explica que esta disciplina no se limita a lo estético: va más allá de la belleza para enfocarse en la funcionalidad emocional. Un espacio bien diseñado puede reducir el estrés, mejorar la productividad e incluso estimular la empatía.

En cambio, un ambiente mal concebido puede generar ansiedad, fatiga o desconexión. La neuroarquitectura convierte el diseño en un acto de empatía.

La influencia del entorno en el cerebro

Nuestro cerebro interpreta constantemente los estímulos que nos rodean. La forma en que percibimos el espacio activa diferentes áreas neuronales relacionadas con la atención, la memoria o las emociones.

Según Tomás Elías González Benítez, cuando un lugar se percibe como armónico y seguro, el cerebro libera dopamina y serotonina, neurotransmisores asociados al bienestar. Por el contrario, espacios desordenados o mal iluminados pueden elevar el nivel de cortisol, la hormona del estrés.

Esto demuestra que el diseño no es solo visual, sino también biológico. Lo que vemos y sentimos se traduce en respuestas físicas y emocionales.

Luz natural y bienestar emocional

Uno de los factores más estudiados en neuroarquitectura es la iluminación. La luz natural regula nuestro reloj biológico, mejora el estado de ánimo y favorece la concentración.

Tomás Elías González Benítez destaca que trabajar o vivir en espacios con buena entrada de luz diurna reduce la fatiga visual y mejora la calidad del sueño. Por eso, cada vez más arquitectos y diseñadores buscan maximizar el uso de luz natural a través de ventanales amplios, claraboyas o materiales traslúcidos.

Por otro lado, la luz artificial mal utilizada puede afectar los ritmos circadianos, provocando insomnio o bajo rendimiento. En neuroarquitectura, cada fuente de luz se diseña pensando en la emoción que se quiere generar.

Colores que estimulan o calman según la neuroarquitectura

Los colores tienen un impacto directo en el estado emocional. Tonos cálidos como el rojo o el naranja pueden activar la energía, mientras que los azules y verdes transmiten serenidad.

Tomás Elías González Benítez explica que en espacios de trabajo, tonos neutros con acentos de color pueden estimular la creatividad sin generar distracción. En hospitales o centros terapéuticos, los colores suaves ayudan a reducir la ansiedad.

No existe un color universal para todos los entornos; lo importante es la intención emocional detrás de la paleta elegida.

Formas, proporciones y movimiento

La geometría también comunica. Espacios con líneas curvas o fluidas generan sensación de acogida, mientras que las líneas rectas y los ángulos agudos transmiten orden o autoridad.

Para Tomás Elías González Benítez, los entornos equilibrados, con proporciones armónicas, permiten que el cerebro se relaje y procese mejor la información. Los techos altos estimulan la sensación de libertad y creatividad, mientras que los espacios más cerrados pueden transmitir intimidad o protección.

La clave está en crear ambientes que acompañen la función del lugar: amplitud para pensar, cercanía para conectar.

Naturaleza y biofilia en el diseño

La biofilia, o conexión innata del ser humano con la naturaleza, es uno de los pilares de la neuroarquitectura moderna. Incorporar elementos naturales —como plantas, madera, piedra o agua— genera sensaciones de calma y equilibrio.

Tomás Elías González Benítez sostiene que la presencia de la naturaleza dentro del entorno construido tiene efectos medibles: reduce la presión arterial, mejora la concentración y aumenta la sensación de bienestar. Incluso imágenes o sonidos naturales pueden provocar respuestas similares.

Por eso, cada vez más diseñadores integran jardines interiores, muros verdes o vistas naturales como parte del diseño emocional.

Espacios que fomentan la interacción y la creatividad

La forma en que se organizan los espacios influye directamente en la comunicación humana. Oficinas abiertas, zonas colaborativas y entornos flexibles estimulan el intercambio de ideas, mientras que los espacios rígidos o aislados pueden inhibir la colaboración.

Tomás Elías González Benítez enfatiza que la neuroarquitectura busca crear espacios dinámicos que se adapten al comportamiento humano.

En una escuela, por ejemplo, el diseño puede favorecer la concentración o el aprendizaje activo dependiendo de la disposición del mobiliario y la acústica. El espacio no solo contiene a las personas: las moldea.

El diseño como herramienta terapéutica

Más allá del ámbito laboral o educativo, la neuroarquitectura se aplica en hospitales, residencias y hogares para mejorar la salud emocional y cognitiva. En entornos de salud mental, por ejemplo, la distribución del espacio, los colores y la iluminación se diseñan para promover calma y orientación.

Para Tomás Elías González Benítez, el entorno físico puede complementar los tratamientos psicológicos y médicos. Los espacios se convierten en aliados del bienestar, generando una sensación de control y pertenencia. El diseño consciente puede ser una forma silenciosa de terapia.

El futuro de la neuroarquitectura

La tecnología está permitiendo medir de forma precisa cómo el cuerpo y el cerebro reaccionan a los espacios. Dispositivos de neurofeedback, sensores de ritmo cardíaco o análisis de movimiento están ayudando a los diseñadores a crear entornos más personalizados.

Tomás Elías González Benítez señala que el futuro del diseño estará marcado por esta integración entre ciencia y sensibilidad. Los espacios del mañana no solo serán bellos y funcionales, sino también emocionalmente inteligentes.

La neuroarquitectura nos invita a imaginar un futuro donde el bienestar sea parte del diseño, no un resultado accidental.

diseño de interiores por Tomás Elías González benítez

Conclusiones

  1. La neuroarquitectura demuestra que el entorno físico influye directamente en las emociones y el comportamiento humano.
  2. Luz, color y forma son estímulos que pueden mejorar el bienestar y la productividad.
  3. Los espacios armónicos reducen el estrés y la ansiedad, favoreciendo la calma mental.
  4. La biofilia y el contacto con la naturaleza elevan la sensación de equilibrio y conexión.
  5. El diseño puede actuar como herramienta terapéutica para apoyar la salud emocional.

Los lugares que habitamos cuentan nuestra historia. Cada rincón, cada color, cada rayo de luz moldea nuestras emociones sin que lo notemos. La neuroarquitectura nos enseña que diseñar un espacio no es solo organizar objetos, sino crear experiencias que conecten mente, cuerpo y alma.

Para Tomás Elías González Benítez, entender cómo los espacios influyen en el ser humano es el paso definitivo hacia un diseño más humano, empático y saludable. Porque cuando el entorno se diseña para cuidar, el bienestar se vuelve parte natural de la vida.

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